García Armengol J
Doctor en Medicina y Cirugía. Co-Director del Centro Europeo de Cirugía Colorrectal, Hospital Vithas Valencia 9 de Octubre. Doctor en Filosofía. Coordinador del Instituto Valenciano de Práctica Filosófica.
Fecha de recepción: 19/09/2024 – Fecha de aceptación: 20/09/2024
La atención sanitaria en todas sus dimensiones y niveles se debe nutrir de la esencia de la filosofía de la medicina como una reflexión que debe ser racional y omniabarcante, que como apunta Pellegrino se sitúa en un encuentro interhumano, entre el profesional y el paciente1 y ciertamente, como el mismo refería, podemos sentirla como la ciencia más humana y a la vez la más científica entre las humanidades.
Como actividad científica, la atención sanitaria, requiere de la actividad de nuestra inteligencia, que en su dimensión más racional pone el foco en la razón, en la destreza y lógica del pensar, para así manifestar la capacidad de comprender, estructurar y elaborar información y así poder emplearla para resolver problemas, ligada a otras funciones mentales como la percepción y la memoria.
Además, en este encuentro interhumano que supone la atención sanitaria, debería siempre manifestarse la dimensión de la inteligencia emocional, cuyo concepto fue propuesto inicialmente por Salovey y Mayer2 en 1990, pero fue Goleman3 el que tuvo el mérito de difundir ampliamente dicho concepto en su publicación de 1995. La inteligencia emocional del ser humano nos capacita para reconocer los sentimientos propios y ajenos, superar actitudes y hábitos negativos que nos condicionan y limitan, y a la vez, motivarnos y manejar de forma adecuada nuestras relaciones. Así, se resumían sus elementos claves en la autoconciencia, el autocontrol, la conciencia social y empatía y las habilidades sociales. Estas dimensiones de la inteligencia emocional, son realmente fundamentales y necesarios en un encuentro interhumano por excelencia como es la relación que se da en la atención sanitaria. Y entre los mismos, podríamos resaltar la necesidad de la empatía, como un verdadero reconocimiento y perspectiva, por la que sentimos las emociones de otra persona, de nuestro paciente.
Podemos ver la empatía en la atención sanitaria como una manifestación más del anhelado florecimiento de una conciencia global en el ser humano en el presente siglo XXI, que puede darse a todos los niveles: en el marco de una globalización de la solidaridad, equidad y dignidad humana, una globalización más humanista, que incluye también una reconciliación con la naturaleza, una globalización que en definitiva está guiada por unos valores éticos para el beneficio de todos los seres humanos4.
La empatía o el reconocimiento del sufrimiento de nuestros pacientes en la atención sanitaria es la puerta de entrada a la compasión. De esta forma, damos un paso decisivo, al incluir en este sentimiento compasivo la firme decisión y el impulso de ayudar y aliviar el sufrimiento de nuestros pacientes. Es decir, una verdadera implicación tanto afectiva como activa en la atención sanitaria. Dicho impulso y motivación puede convertirse también en la fuerza constante que nos ayuda a mejorar, como una retroalimentación positiva, tanto en nuestra dimensión racional y científica, como en la emocional o afectiva.
En su máxima excelencia, es indudable que la atención sanitaria precisa tanto de una inteligencia racional acorde a su dimensión científica, como de una inteligencia emocional que promueva y facilite el encuentro empático con nuestros pacientes. Pero a todo ello, que mejor culminación que manifestar una acción movida por la compasión, reuniendo así la virtud y excelencia de la atención sanitaria en la dimensión global de lo que denominamos inteligencia compasiva.
Podemos comprender los fundamentos esenciales de esta inteligencia compasiva en la percepción global o conciencia de la interdependencia de todo lo existente. Este fundamento ha sido una de las dimensiones esenciales de muchas tradiciones espirituales ya milenarias, siendo quizás la filosofía budista la que más insistentemente sistematizó de forma primaria. Sin embargo, es de resaltar que la ciencia actual ha revitalizado esta visión con el desarrollo de la física cuántica en el siglo XX. Un ejemplo es el trabajo del físico cuántico David Bohm9, que adentrándose en el terreno de la investigación de la conciencia, postula la existencia de un orden implicado en la interdependencia de todos los fenómenos vitales, dado que los vínculos energéticos entre dos objetos son indivisibles.
La capacidad de la inteligencia del ser humano, en su dimensión racional y emocional nos puede aportar la visión racional y equilibrada de la adecuación o relevancia de los procesos de pensamientos, es decir, la filosofía operativa con la que nos relacionamos con el mundo. Sin embargo, también podemos ver en la inteligencia su capacidad para generar una percepción creativa y no condicionada, trascendiendo así los procesos de pensamiento racional previos, que nos permiten construir nuevos órdenes abstractos en relación a los distintos fenómenos de la existencia. Uno de ellos, puede ser la percepción de una conciencia unitaria y global a partir de la comprensión profunda de una relación interdependiente de todos los fenómenos de la vida.
Gracias a este importante salto cualitativo que puede nacer en la conciencia del ser humano, podemos trascender la dimensión fragmentaria inevitable de su visión individualista, de una cosmovisión centrada en un “Yo” fuerte y separado de la vida existente a su alrededor. Así, esta conciencia vital global e interdependiente, que ha sido sustentada cada vez más por las aportaciones de la física y biología moderna, puede generar una cualidad mental en el ser humano de plena creatividad, sensibilidad y compasión.
En esta línea, el filósofo indio del siglo XX Jiddu Krishnamurti en su investigación sobre la inteligencia creativa del ser humano insistía y afirmaba con rotundidad lo siguiente: “Debido a que su percepción es siempre total, la inteligencia no puede separar al hombre del hombre, no puede poner al hombre contra la naturaleza, … La misma naturaleza de la inteligencia es sensibilidad, y esta sensibilidad es amor, … La compasión y la inteligencia marchan juntas; no están separadas”.
La atención sanitaria, como la más humana de las ciencias, no puede estar al margen de esta dimensión global e interdependiente de la inteligencia compasiva. De hecho, lo que estamos proponiendo no es más que una revitalización de una visión, una fuerza y una vocación que siempre ha existido y se ha manifestado en muchos profesionales de la atención sanitaria a lo largo de la historia.
También podemos remarcar el incremento en el número de estudios científicos publicados en los últimos años que reflejan que la actitud empática y la acción compasiva pueden ser una competencia básica en la atención sanitaria en nuestro presente siglo XXI. Se ha visto que el incremento del sentimiento empático se relaciona con una mejor competencia clínica en nuestra relación con los pacientes. A nivel médico específicamente, mejora la anamnesis, la precisión diagnóstica y la dimensión educativa en salud que genera una disminución de la ansiedad y por tanto una mejor calidad de vida de nuestros pacientes5,6. Así, una revisión sistemática y meta-análisis de estudios controlados randomizados publicado en 20148, evidenció que la relación médico-paciente tiene un efecto pequeño pero significativo estadísticamente en los resultados de la atención médica, por lo que se recomienda profundizar en esta línea de investigación.
Como conclusión, tanto nuestra intuición filosófica como la evidencia que nos aporta la dimensión científica de las ciencias físicas y biológicas, nos permite vislumbrar la posibilidad y la capacidad del ser humano de manifestar una inteligencia compasiva fundamentada en una conciencia global e interdependiente de todos los fenómenos de la vida. Indudablemente, supondría un paso más, realmente importante, ya que puede ser una verdadera acción virtuosa fundamentada en una ética siempre global, que culminaría la excelencia de nuestra atención sanitaria.
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