Escobar Rodríguez I
Jefe de Servicio de Farmacia. Hospital Universitario Infanta Leonor – Hospital Virgen de la Torre (SERMAS). Madrid (España)
Fecha de recepción: 04/04/2020 – Fecha de aceptación: 05/04/2020
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El azar caprichoso ha querido que escriba esta editorial en los mismos días que la totalidad de nuestros países y ciudadanos se enfrentan a una pandemia mundial por un nuevo virus denominado SARS-CoV-2. A fecha actual, más de 950.000 casos confirmados en todo el mundo (cifra que previsiblemente aumentará en las próximas semanas) y unos sistemas sanitarios tensionados que trabajan diariamente para atender a todas las personas afectadas. El resto de ciudadanos, están sometidos a normas de confinamiento y reducción de movilidad por sus autoridades y gobiernos, lo que ha generado la ralentización y cese de casi toda la actividad económica, a excepción de bienes de primera necesidad, medicamentos y equipamientos sanitarios. Un escenario totalmente inesperado, del que no se atisba su final, puesto que los profesionales sanitarios nos enfrentamos a una enfermedad desconocida, un libro en blanco en el que debemos ir escribiendo sus capítulos de forma rápida, mientras que el sufrimiento de los pacientes ingresados en los hospitales nos urge a la búsqueda de soluciones, también farmacológicas, eficaces y seguras.
Y en este tiempo y en este año 2020 es cuando la Revista de OFIL cumple sus 30 años de existencia, como órgano de expresión científica de la OFIL, una organización profesional farmacéutica, que nació en 1981 por la idea de un farmacéutico clínico colombiano, Juan R. Robayo, ante la necesidad de colaborar y unir a los colegas ibero-latinoamericanos para el progreso de la profesión farmacéutica. Una profesión, la farmacéutica, que ante la gravedad de esta pandemia, es llamada por la sociedad a ejercer su papel de profesión sanitaria, lo que me permite reflexionar con todos ustedes, lectores, farmacéuticos en su gran mayoría, acerca de los caminos que creo debemos seguir para ser merecedores de esa llamada y sobre todo, poder dar respuesta a lo que la sociedad nos demanda. En mi opinión, el farmacéutico debe ser un especialista en farmacoterapia y en el medicamento, considerado éste como como una tecnología sanitaria, con capacidad tanto de mejorar como de empeorar la salud del paciente. Debe tener una clara visión clínica y asistencial, ser plenamente capaz de trabajar en equipo e integrado con el resto de profesionales de la salud. Y todo ello impregnado de valores éticos, con una vocación humanista que pueda ser capaz de respetar la dignidad del paciente, atender sus necesidades psicoafectivas y tratarle de manera personalizada como un ser humano. Esa es la apuesta decidida que debemos enfrentar, lo que implica alejarse definitivamente de aquellas prácticas profesionales relacionadas exclusivamente con el suministro y el acceso al medicamento (más o menos reglado) o su mera utilización correcta (un concepto intangible y sometido a elevada incertidumbre). Aceptar y asumir, de forma definitiva, que la corresponsabilización en alcanzar resultados concretos en salud en el paciente a través de la farmacoterapia, minimizando la morbi-mortalidad derivada de la misma, es lo que necesitan nuestras sociedades y por lo que debemos ser reconocidos como una profesión sanitaria por ellas.
Citando al Dr. Manuel Machuca (Presidente Internacional de OFIL en 2010-2012), este es el valor más importante de una profesión: su capacidad para modificar la realidad de las personas. Por ello y como ha ocurrido en otros momentos de la historia, los tiempos de incertidumbre y de desafíos son también tiempos de cambio. Para la profesión del farmacéutico, son momentos para asentar un horizonte a corto plazo que acelere aquellas transformaciones que se han ido iniciando en los últimos tiempos y que conviene sean realidades tangibles de nuestra profesión: cambios en su formación de pregrado y postgrado, cambios en su orientación profesional y en su formación continuada, cambios en los objetivos de sus organizaciones profesionales (corporativas y científicas) y cambios en nuestro modelo de relación con los pacientes y ciudadanos, junto al resto de profesionales sanitarios.
Durante unos años tuve la responsabilidad de ser director de esta revista. Y cuando contemplo a los que han sido también directores de la misma, veo un grupo de farmacéuticos que han sido y son ejemplo de tesón, ilusión y sacrificio. A todos ellos mi agradecimiento más sincero. Haber sido parte de este proyecto me emociona y enorgullece. Mi deseo es que OFIL y su revista, expresión de los avances de una comunidad de farmacéuticos a la vez profesionales científicos, clínicos y asistenciales, sea capaz de facilitar y ser testigo de nuestro camino profesional. Y que dentro de otros 30 años podamos contemplar la enfermedad por el Coronavirus (COVID19) como otro más de los graves desafíos sanitarios que la comunidad científica, entre la que también estaba el farmacéutico, fue de capaz de doblegar con conocimiento, humanismo y método. En otras palabras, con cabeza, corazón y ciencia.
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